Desde su descubrimiento en 1911, Machu Picchu no ha dejado de concitar el interés yla admiración de gente de todo el planeta. El ingenio humano ha alcanzado tales alturas en contadas ocasiones. De allí que el epíteto "maravilloso" casi queda corto cuando se aplica a esta obra de la civilización incaica y a la belleza de su imponente escenario natural.
Los Incas, avanzada la títánica tarea de unificar bajo su dominio a los reinos y señoríos que florecían en la extensa área andina, concebían sus ciudades como centros administrativos, religiosos y nobiliarios y no como lugar de residencia de lo que podríamos llamar el estado llano, el pueblo. A éste le estaban asignados lugares o barrios en la periferia de los centros poblados.
Machu Picchu -construido según la mayoría de indicios cuando los Incas empezaron su avance hacia las tierras agrestes del cañón del río Urubamba, bajo el reinado de Pachacútec- responde a esta lógica. Es una pequeña ciudad con fines marcadamente religiosos y ceremoniales cuya construcción fue cuidadosamente planificada a partir, seguramente, de un acucioso estudio de la topografía de la zona y de la elaboración de una maqueta que guió las obras propiamente dichas.
Esta hipótesis es corroborada por dos hechos. Primero, porque se sabe, por información de los cronistas, que el mismo procedimiento se utilizó en la construcción de otras ciudades incaicas durante la reconstrucción del Cusco que emprendiera el gran Pachacútec, el principal artífice de la expansión del Imperio. Segundo, porque es evidente que en Machu Picchu impera un orden muy claro, un equilibrio en absolutamente todo que difícilmente puede ser fruto de la espontaneidad que gobierna el crecimiento de las ciudades que se forman a lo largo de períodos muy largos.
Otra semejanza, salvando las escalas, entre Machu Picchu y la capital imperial es la existencia en ambas ciudades de dos sectores notoriamente definidos, el agrícola y el urbano. Cada uno de ellos a su vez se dividía en una parte alta o hanan y una baja o hurin. El sector agrícola de la ciudadela incaica se extiende hacia el sudeste y antaño estaba separado del urbano por un foso seco. Consta de doce recintos y un centenar de andenes, además de escalinatas, drenajes, murallas y otras construcciones.
El acceso principal al sector urbano -una hermosa portada de dobla jamba- se ubica al sur de éste, lugar a donde llevaba el camino que venía desde el Cusco, serpenteando en su último tramo por las crestas de las montañas e hilvanando numerosos sitios arqueológicos, como Runkuraqay, Sayaqmarka, Conchamarca, Puyupatamarka y Wiñay Wayna. Este trecho es conocido actualmente como Camino Inca y se ha convertido en uno de los destinos más preciados para los amantes de la aventura.
Desde que Hiram Bingham, el descubridor de Machu Picchu, realizara las primeras exploraciones en la ciudadela, son numerosas las propuestas de interpretación del área urbana que han planteado los especialistas, basándose tanto en datos arqueológicos como en estudios de arquitectura incaica. Unos y otros, como se sabe, al no permitir arribar a conclusiones definitivas, dejan espacio para las conjeturas, que finalmente explican las divergencias entre distintos autores.
Partiendo entonces que todos los aportes para entender Machu Picchu son útiles pero ninguno totalmente acertado, nos ceñimos a una división general hecha por el arqueólogo cusqueño Manuel Chávez Ballón, quien ha dedicado gran parte de su vida a estudiar esta ciudadela. Esto nos ayudará, además, a imaginar los afanes cotidianos de quienes habitaron alguna vez en este maravilloso rincón del planeta.
En la parte occidental o alta se pueden distinguir dos sectores: el masculino y el religioso. Pertenecen al primero algunos recintos que al parecer fueron talleres y la cantera, así como el Palacio del Inca y el torreón, cuya arquitectura de planta semicircular recuerda la del Coricancha en la capital incaica. Estos dos últimos conjuntos destacan por el fino acabado de sus muros, sólo comparables con las mejores muestras de arquitectura incaica que se encuentran en el Templo del Sol y en el Templo de las Vírgenes, también en el Cusco. En el sector religioso, en cambio, se encuentran el Inti Huatana, el Templo de las Tres Ventanas y otros recintos que, al parecer, cumplían una función netamente ceremonial. Este sector, rodeado por hermosa andenería ornamental que pende sobre el abismo, ocupa el lugar más prominente de la ciudadela, lo cual seguramente se debe a que en él se realizaban observaciones astrònómicas.
La parte oriental o baja también estaba dividida en dos sectores, el de servicios y el femenino. En el primero, además de las viviendas y los depósitos, estaba el recinto de los morteros, donde seguramente se molían los granos del maíz. En el sector femenino, en cambio, se encuentra el conjunto de las Tres Portadas, uno de los más grandes de la ciudadela con sus dieciséis recintos interiores; un grupo de edificaciones que al parecer estaban destinadas a talleres y algunos depósitos, además del conjunto denominado Roca Sagrada o Templo a la Pachamama.
Una enorme plaza, que también debió servir de escenario para celebraciones religiosas, y dos plazas pequeñas contiguas a la anterior, separaban los dos grandes sectores que acabamos de describir, el hanan y el hurin. Partiendo de estos espacios abiertos, podemos crear a grandes trazos cómo era la vida en Machu Picchu.
En la gran plaza, como en su similar cusqueña, se celebraban sin duda las ceremonias religiosas más importantes, con asistencia, sólo en tales oportunidades, de los pobladores de barrios periféricos ubicados en un radio de cinco kilómetros, muchas veces en la otra orilla del río, para llegar a la ciudadela, estos agricultores utilizaban alguno de los ocho caminos que conducían a ella.
Todo parece indicar que la mayor parte de los entre mil y dos mil habitantes de Machu Picchu eran mujeres dedicadas al culto y a las labores artesanales estrechamente relacionadas con esta actividad, como el tejido y la elaboración de la chicha. Parte de ellas probablemente participaba en las ceremonias religiosas mientras el resto seguía el desarrollo de las mismas desde los talleres, viviendas o templos del que hemos denominado sector femenino.
Numerosos eran también los sacerdotes que tenían a su cargo alguno de los templos de esta ciudad sagrada y los especialistas en las observaciones astronómicas, importantes no sólo para las prácticas religiosas sino también para la agricultura. La vida de estos varones debió transcurrir principalmente entre los sectores masculino y religioso.
En Machu Picchu, quizá por temporadas, quizá permanentemente, debieron residir también, en el conjunto conocido como Palacio del Inca, algunos de los miembros de la panaca o linaje del gran Pachacútec, quien seguramente le asignaba a este sitio sagrado una singular importancia. El resto de los pobladores eran seguramente los servidores tanto de nobles como de sacerdotisas y sacerdotes, quienes probablemente tenían sus viviendas en sector de servicios.
Tal la vida en esta ciudadela situada a unos 100 kilómetros de esta otra ciudad sagrada que era el Cusco. Con sus casi 90 mil metros cuadrados de extensión, de los cuales poco más de la mitad corresponden al sector agrícola; con sus 172 recintos, 66 ubicados en el sector occidental o alto y 106, en el oriental o bajo; con sus 109 escalinatas con más de tres mil gradas; con su ubicación privilegiada en la cumbre de un cerro de laderas escarpadas y rodeado por un meandro del turbulento río Urubamba; con su vegetación exuberante, con proliferación de delicadas orquídeas, y su fauna tan diversa; Machu Picchu simboliza la plasmación de los grandes logros culturales de los antiguos peruanos.
Muchos intentos se han hecho por captar la esencia de esta ciudad sagrada en adjetivos y metáforas. "Alta ciudad de piedras escalares", "águila sideral", "nido de cóndores", "piedra exacta, densura tremenda", "dimensión de soledades", son sólo algunos de ellos. Para no olvidar, sin embargo, a los hombres y mujeres que edificaron este prodigio y habitaron en él, nos quedamos con estos versos de Alberto Hidalgo: No es Machu Picchu una ciudad de piedra/ella está hecha de hombres/ de su pasión/ sus sueños/ y su sangre.
- LUIS NIETO DEGREGORI
En: El Dorado. Revista Internacional del Perú,
octubre-diciembre, 1998. Págs. 116-124.